20 may 2010

Sobre hiyabs, identidades y dobles morales

Hace un mes corrieron océanos de tinta en periódicos y medios de comunicación de todo tipo por un tema que siempre ha levantado ampollas en este país y que cíclicamente sale a escena aferrándose a cualquier excusa. Esta vez fue una joven española, Najwa, quien sirvió de protagonista para una historia en la que sus propias ideas y palabras no importaban en el guión.

El tema del hiyab es caldo de cultivo para crear los más intensos debates sobre la defensa de la libertad. Unos entienden que la búsqueda de la identidad personal tiene que hacerse en la acepción de libertad más amplia y verdadera; otros, fervientes defensores de la "libertad", se dedican a ponerle trabas cada vez más absurdas y limitadas. Bajo el discurso de los segundos se esconde un peligroso racismo ignorante, y el deseo de crear una identidad única - la más libre mediante imposiciones, la más verdadera mediante el rechazo a otras ideas y culturas - que defina la esencia del hombre y la mujer españoles. Pero si les es necesaria tanta agresividad y efusividad en su discurso de defensa de esta identidad, quizá es sintomático de que ésta es cada vez, mal que les pese, más débil, más disuelta.

Esta vez, los medios de comunicación y las autoridades han sido más rapaces que nunca. El nombre de Najwa se ha convertido en el pie que daba inicio a los discursos más presuntuosos y egoístas. El proceso se ha manejado con absoluta irregularidad e irresponsabilidad, todo aderezado por el sensacionalismo de los medios. Y el mismo paternalismo que consideraba a Najwa una pobre niña que aún no sabe escoger por sí misma, y por lo tanto necesitaba su ayuda, olvidaba las repercusiones que pudiera tener su circo mediático sobre su bienestar y estabilidad.

Nos enorgullece y nos ilusiona, no obstante, que entre todo este circo haya prevalecido el ejemplo tan humano de Najwa; su consciencia de su derecho a elegir quién quiere ser y cómo quiere demostrárselo al mundo. Española de nacimiento, Najwa ha ejercido la libertad de la que tanto se vanaglorian las autoridades, y ha puesto de relieve su doble moral: la libertad "verdadera", la "buena", sólo puede ejercerse hacia la dirección que ellos dictan, hacia la conformación de una identidad única.
No podemos dejar de reflexionar sobre el fracaso de un modelo integracionista cuya táctica principal consiste en homogeneizar las más variadas identidades y someterlas a una tan frágil que necesita tal cantidad de discursos hipócritas para defenderla.
No deberíamos buscar el consenso y la cohesión social en la homogeneidad restrictiva sino en el respeto y en el aprecio a la heterogeneidad de identidades desde la mayor amplitud de miras.
El significado simbólico del hiyab en la cultura árabe puede y debe ser discutido, pero el acto de llevarlo o no puesto a una clase de instituto no es ni mucho menos el escenario propicio para el debate. Tampoco es el medio ni la actitud adecuada el utilizar a una persona que nada tiene que ver con medios de comunicación e instituciones como arma arrojadiza entre unos y otros. Por último, nos parece de la más extrema pobreza y profundo vacío cualquier discurso pro-libertad que se haga desoyendo los deseos y opiniones del sujeto a quien se pretende emancipar.
El debate ha estado centrado en qué institución - si el gobierno central, los gobiernos autonómicos o las propias escuelas - debe recaer la legitimación para decidir por todas las jóvenes árabes si deben o no llevar hiyab. Nuestra respuesta, rotunda, es que en ninguna. Ninguna institución, ningún Estado, tiene legitimidad para tomar por las mujeres las decisiones que sólo les corresponden a ellas; tampoco ningún Estado, aunque sus jefes se autodenominen "feministas" - un feminismo que en la práctica deja mucho que desear - podrá constituirse como elemento emancipador y libertador de la mujer. El Estado es patriarcal desde sus orígenes y, por mucho que la burbuja de la igualdad ilusoria flote en el ambiente político y nos intente absorber, su lógica sexista queda patente en todas y cada una de las políticas que intentan decidir sobre nuestro cuerpo, nuestras ansias de expresarnos libremente y nuestra posición social. Delegar en el Estado es siempre un error, una pérdida absurda de nuestra energía revolucionaria, emancipadora, en búsqueda de justicia. Deberíamos dejar de pedir favores al Padre Estado y comenzar a exigir lo que de hecho nos pertenece. La expresión ilimitada de nuestra personalidad, bajo el marco cultural en que se quiera reafirmar; la libertad de conformar nuestra subjetividad como queramos, sin que el orden normativo patriarcal y occidental dicte las dimensiones ni la conformación de nuestra jaula de rol femenino, es algo que en potencia nos pertenece, ya lo tenemos, y que para llevarlo a cabo de hecho sólo necesitamos dar el paso que nuestra seguridad nos permita y el refuerzo y reconocimiento de todas las demás nos mantenga siempre con la cabeza alta, siempre independientes de padres, jefes, maridos o Estados.

Nuestro aplauso y apoyo más sincero a Najwa, a todos los compañeros que se hermanaron en sus reivindicaciones, y a todas aquellas chicas musulmanas que sufren las miradas de desprecio y paternalismo hipócrita por afirmar una identidad que se escapa de la que quieren conformar para ellas.

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